Comentaba en un mail reciente que yo en la ducha no canto, le doy al coco. Pues bien, acabo de salir de la ducha y estaba pensando en la gente que conozco que me cae mal (que por cierto, también era un tema que comentaba en ese mail).
Yo es que soy un poco inocente, y siempre (al menos antes) tiendo a pensar que la gente por ahí no hace cosas que en mi escala de valores se encuentran en un nivel digamos rastrero. Pero no, sí que la hay. Y no me refiero a políticos corruptos o criminales, que de esos sí que hay sueltos por ahí unos cuantos. No, no, yo hablo de gente que trabaja conmigo, que estudia conmigo, que vive en la puerta de al lado. Gente que para cualquier otra cosa ves que se comporta como a tí te parece normal: va a hacer la compra, te saluda al pasar, se esfuerza en su trabajo, es educado. Esas cosas. Pero hay otros comportamientos que simplemente te parecen totalmente fuera de lugar.
Caso clínico número uno: Conozco cierto delegado (no voy a dar nombres, aunque algunos ya sabéis quien es) que en los primeros cinco minutos de conversación te puede parecer normal, en los siguientes cinco un pedante, pero es que luego acabas viendo que es un trepa total. No tiene ningún problema en ir haciendo la pelota a todo profesor que se le plante delante, ni a desprestigiar el trabajo de otros para obtener un beneficio a cambio. Eso sí, todo educado el tío, sin palabras malsonantes ni nada.
Caso clínico número dos: Conozco cierto adicto a los campos de trabajo (quizá alguno lo hayáis sufrido ya) que se planta a las nueve de la noche en la cola para apuntarse a uno a la mañana siguiente. Como siempre, en apariencia es un chaval normal, como otro cualquiera. Pero pasada media hora de conversación te das cuenta de que el tío es un egocéntrico, que te cuenta sus problemas veinte veces, exagerando los detalles al máximo para que te de pena. No sabe qué hacer para llamar la atención. Bueno, si, sí que lo sabe: cada uno que llegaba a la cola la vez que lo conocí era concienzudamente interrogado por él, para luego decidir que iba a escoger su misma plaza. Claro, como él era el primero en llegar no hacía más que amargarnos la noche a todos bajo la amenaza de quitarnos la plaza que queríamos coger. Todo un caballero.
Caso clínico número tres: Conozco cierta pijilla (bueno, en realidad para esto vale cualquier pijill@, son tod@s iguales) que sí que es lo que parece a primera vista. No soporto a la gente cuyo objetivo en la vida es llamar la atención. ¡Si lo normal es que nos importe un bledo lo que tenga que contar! Lo habitual en el gremio: modelitos+peinado+complementos_a_juego de espanto, voz chillona y estridente para que te oigan en la otra punta de la calle, perfume ultraintenso marca ACME y cara de "estoy asqueada de la vida y de la gente vulgar". En serio, ¿por qué nos martirizan con su existencia?
En resumen:
a) La gente es peor de lo que pensaba (yo también lo soy).
b) La gente hace cosas irracionales para llamar la atención.
c) REALMENTE soy capaz de odiar.
d) Tengo que pensar cosas más positivas en la ducha.
Si te sientes identificad@ con este post... que te zurzan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario